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Samuel Ros Pardo: entre el laurel y el crisantemo

 [Artículo publicado originalmente en LA NUEVA RAZÓN el 28 de mayo de 2021.]

Fue “autor de cuentos de un raro hechizo” (Mourlane, 1941). Novelista admirado por Cela. Dramaturgo elogiado por Azorín. Periodista brillante. Vida malograda por su temprana muerte. Misterioso escritor sin género, él fue su propio género y su vida, trasladada a sus relatos por medio del artificio estilístico, el principal argumento (Prats, 2005). Doctor en Derecho que nunca ejerció. Tertuliano del café Pombo. Amigo de Ramón Gómez de la Serna. Eficaz propagandista del falangismo. Miembro de honor de la corte literaria de José Antonio Primo de Rivera. Amigo de Ridruejo, que tanto le quiso. Y de Eugenio Montes. Y de José María Alfaro. Y de Ernesto Giménez Caballero. Y de tantos otros: Federico García Lorca, Max Aub, Jardiel Poncela, Concha Espina… Valenciano afincado en Madrid tras el éxito y premio de su cuento Sencillo dios (1926) por el diario El Liberal, al transplante de su tierra, como hicieron tantos levantinos: Luis Vives, San Vicente Ferrer, Sorolla, Benlliure o el mismísimo Vicente Blasco Ibáñez. 

Amante de su tierra, Ros nunca valencianeó, pero nunca olvidó (Martínez, 2019). Enamorado del cine, actor de pequeñas piezas -Esencia de verbena (1930); Los judíos de patria española (¿1931?)-, impulsor del cineclub en Valencia y responsable de algunos puestos del escalafón administrativo, le debemos el haber permitido que la estrella y el galán se besasen en determinadas circunstancias, hasta entonces absolutamente prohibido (Masoliver, 1976). Curiosidades. 

 
Lectoría de español en Santiago de Chile (agosto-septiembre de 1937). Archivo personal de las nietas de Vicenta Ros Pardo.

Pasó a la posteridad con un Premio Nacional de Literatura (1943). Inédito.
 
 A Samuel Ros me lo presentó Dionisio Ridruejo. Andaba yo en aquella época enamorado de sus poesías y quise saber más sobre obra y personaje. En el hoy edificio de la Biblioteca Pública de Valencia Pilar Faus, que nosotros llamábamos entonces biblioteca de la calle Hospital, encontré varias de sus obras en prosa. En Casi unas memorias hablaba de un buen amigo suyo, “de rostro moreno, nocturno, alunado (moreno de verde luna), con fuertes rasgos semíticos y pupila negra” (Ridruejo, 1976), camarada falangista, grandísimo escritor que había sufrido una grave desgracia personal. Poco tardé en descubrir que era de origen valenciano, lo que acrecentó, más aún si cabe, mi interés por la persona. A partir de ahí leí todo de y sobre Samuel Ros Pardo.
 
 Pasión solitaria que no hubiera excedido del ámbito privado si el Ayuntamiento de Valencia no hubiera retirado en 2017 su nombre del callejero de la ciudad previo informe del Aula d’Història i Memòria Democràtica de la Universitat de València. Conferencias, programas de radio y documentos audiovisuales se generaron para dar a conocer al escritor y evitar la retirada de su calle concedida en 1962 por el alcalde Adolfo Rincón de Arellano. Calle importante, pues enlazaba la Avenida del Puerto y la Avenida de Francia, dos de las principales arterias de la ciudad. Cercana a la emblemática Ciudad de las Artes y de las Ciencias, referente turístico de la ciudad. No ceja hoy esa “batalla cultural”. El Grupo Municipal del partido político VOX, en la persona de su concejal José Gosálbez, con asesoramiento del que suscribe, propuso que el escritor formase parte de la ruta de personajes ilustres del llamado Museo del Silencio al encontrarse enterrado en el panteón familiar sito en el Cementerio General de Valencia.
 
 La urbe valenciana tiene una deuda contraída con el escritor. No dudo que los valencianos devolveremos lo injustamente retirado a su lugar. Es curioso que ninguno de los tres Premios Nacionales de Literatura valencianos tenga su nombre en el callejero de la ciudad. Pero de entre ellos, y esto es una afirmación personal, fundamentada ante quien me lo pida, es el más nuestro.
 
A partir de todo ello tuve la inmensa suerte de conocer a las nietas de Vicenta Ros Pardo, hermana de Samuel. Poco a poco pusieron en mis manos fotografías, cartas, documentos inéditos, jamás vistos ni publicados y que serán ofrecidos al gran público en futuros proyectos editoriales. Su empeño por recuperar para la cultura española a su familiar es encomiable.
 
 La desgracia a la que se refiere Ridruejo es la muerte de Leonor Lapoulide, amor infausto del escritor valenciano. Falto de consuelo por el drama íntimo de la temprana pérdida crea y publica Los vivos y los muertos (1937, 1941), magnum opus del escritor que ha comprendido tarde que cuando algo se extravía, la melancolía se desborda si el objeto perdido es uno mismo. Ni Ros ni nadie está acondicionado para que un día no exista aquello en que creía, sobre todo si es ahí donde tanto existió… ¿No encontramos en ella ecos sinceros que nos recuerdan a Una pena en observación (1961) de C.S. Lewis, Señora de rojo sobre fondo gris (1991) de Miguel Delibes o, más recientemente, a La peor parte (2019) de Fernando Savater? Ella está presente. ¡Presente! Presente es expresión rosiana; expresión según la cual la memoria vence a la muerte. Fue epifanía que tuvo ocasión de crecer en el pecho, como un amor, para contar la historia del traslado de los restos de José Antonio, el joven César, desde Alicante a El Escorial y reflejarlo, junto a Antonio Bouthelier, en A hombros de la Falange. De Alicante a El Escorial (1941). 467 km, noche y día…
 
En 2002 la Fundación Banco Santander Central Hispano publica una Antología, prologada por Medardo Fraile (que ya había escrito Samuel Ros (1904-1945). Hacia una generación sin crítica (1972), síntesis de su tesis doctoral sobre nuestro autor) que recomiendo siempre para introducirse en el conocimiento del universo del escritor. Recoge una selección de gran parte de su creación cuentística: Sencillo dios (1926), Bazar (1928), Marcha atrás (1931), Cuentos de humor (1940), Cuentas y cuentos (1942) y Con el alma aparte, obra inédita, jamás publicada, que le daría el Premio Nacional de Literatura; su mejor novela, Los vivos y los muertos (1937, 1941); su obra teatral más reconocida En el otro cuarto (1940) y un buen número de artículos periodísticos.
 
 Quedan fuera de la publicación su primera novela juvenil, Las sendas (1923), hoy inencontrable y que pude leer y conseguir una copia digital gracias al buen hacer y talante de las nietas de Vicenta Ros Pardo. Tampoco El ventrílocuo y la muda (1930) y El hombre de los medios abrazos (1932), reeditadas en los años 90 del pasado siglo y algunas otras obras menos conocidas como Meses de esperanza y lentejas (1939). Tampoco A hombros de la Falange. De Alicante a El Escorial (1941). 
 
Diversas publicaciones posteriores reflejan de nuevo el interés por el escritor (interés compartido hacia otros autores de su perfil ideológico: Luys Santa Marina, Dionisio Ridruejo, Luis Rosales o Rafael Sánchez Mazas, entre otros). Tesis doctorales (Prats, 2005), biografías (Martínez, 2015, 2019), estas últimas no bien recibidas por la familia, o innumerables artículos que jalonan medios escritos o Internet van aportando datos y visiones de distintos autores.
 
 No debemos olvidar las fuentes de las que beben la mayoría de estas publicaciones y que siguen siendo imprescindibles para acercarnos a la figura de Samuel Ros: las ya comentadas de Medardo Fraile o la Antología de Samuel Ros (1923-1944), de su cuñado el doctor Carlos Blanco Soler, escrita en el lejano 1948, en la que consideraba que Samuel encarnaba la figura del “verdadero poeta que espera que le pidan auroras para fecundar los crepúsculos”.
 
 Recuperar a Samuel Ros Pardo para los valencianos en particular y los españoles en general amén de que las nuevas generaciones, especialmente de bachilleres y universitarios, lo conozcan y lean, es el reto. ¿No se ha representado, por ejemplo, su obra teatral más conocida en el V Festival Nacional de Teatro Escolar en Español de las secciones bilingües de la República Checa? Nuestro sistema educativo debería replantearse qué lecturas se ofrecen a nuestros estudiantes.
 
 Mucho que contar. Centenares de páginas, imágenes y documentos se agolpan en mi ordenador. Pero he de terminar, y lo hago agradeciendo a las nietas de Vicenta Ros Pardo el haberme permitido entrar en su privacidad y revisar todo lo que de Samuel guardan con celo familiar. Pronto, con la ayuda de Dios, aparecerán una serie de trabajos que espero, dado el esfuerzo y los años de dedicación, sean del agrado y del interés de los lectores. Esperanza, por la cantidad de personas y entidades que se han dirigido a mí con interés por el escritor y por la adquisición de las futuras publicaciones, las tengo todas intactas y día a día es más apasionante.
 
 Gracias, asimismo, a Miklós Cseszneky por darme la oportunidad de hablar en este medio, del que es director, de Samuel Ros. 
 
 
 Valencia, 23 de mayo de 2021

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